POR TOMMY ST. EVANS
1 nov 2024
Hubo un tiempo en el que cada domingo, sin excepción, me duchaba y arreglaba con esmero para asistir a la iglesia del pueblo. Era la rutina, el ritual. Una hora de ceremonias que, si soy sincero, nunca terminaron de resonar conmigo. Aún así, era lo que se esperaba de mí; después de todo, mi familia es mayororitariamente cristiana, y así crecí, con esa estructura dominical que te señala un camino a seguir, con reglas claras. Me hace gracia recordar aquellos días, porque hoy en día estoy a años luz de esa versión de mí mismo, tanto en creencias como en perspectiva.
Y sé que decir esto puede hacer que algunos levanten las cejas, pero la verdad es que, más allá de la religión, he encontrado bien, bondad y valores en otras partes de la vida que quizás algunos definirían como “pagana”.
Vivimos en un tiempo raro, donde las viejas estructuras y los prejuicios de siempre se asoman de nuevo, a menudo disfrazados de otras cosas. Y aunque suene a sermón, me sorprende lo fácil que parece habernos olvidado de lo esencial: el respeto al otro.
Hay una tendencia peligrosa a aprovechar la ignorancia o el miedo para reforzar la intolerancia, el racismo, la homofobia, la xenofobia, por nombrar solo algunas de las caras más oscuras de nuestra sociedad. Todos hemos sido testigos de esa extraña danza en la que, a falta de enemigos, la gente se afana en crearlos. Es como si, a nivel mundial, estuviéramos perdiendo la brújula, olvidando que somos nosotros quienes escribimos nuestros propios rituales, nuestro propio código de vida.
El mundo parece, a veces, un monstruo que devora cualquier vestigio de fe en la humanidad. Nos arrastra en una espiral de odio automático, en la que sobrevivir se ha convertido en un acto puramente reactivo, perdiendo de vista la intención verdadera detrás de nuestras acciones. ¿Qué pasó con esos motivos que decimos seguir para ser mejores, más compasivos, más humanos? Y cuando lo pienso, me pregunto: ¿No debería el “ritual de vivir” parecerse un poco más a lo que predicamos?
Este issue trata precisamente de esos rituales modernos. Pero no hablo de aquellos ligados a templos o tradiciones antiguas, sino de los pequeños actos que, conscientemente o no, definen quiénes somos en este mundo tan cambiante. Tomemos, por ejemplo, a Judeline, a quien destacamos esta semana. Ella ha encontrado su propia manera de abrazar sus raíces, entrelazándolas con otras influencias y transformándolas en una expresión artística rica y única. Su música, tan diversa como ella misma, es un testimonio de cómo podemos aceptar todas nuestras complejidades y contradicciones, y convertirlas en algo hermoso.
Quizás ahí está la clave: en recordar que nuestros rituales no son actos rígidos e inamovibles. Son flexibles, moldeables, y evolucionan con nosotros. En este mundo, donde a veces la humanidad parece diluirse en una marea de ruido, vale la pena preguntarnos: ¿Qué rituales estamos eligiendo seguir? ¿Son esos los que realmente nos definen o solo los que se esperan de nosotros?

Tommy Saint Evans
Editor Jefe

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CARTA DEL EDITOR - NOVIEMBRE
Después de todo... ¿Esto es lo que somos?
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