Imagínate la escena: estás en París, en plena Fashion Week, pero en lugar de un espacio blanco e industrial, entras en la majestuosa Catedral Americana. Suena una base rítmica que te eriza la piel, un coro celestial empieza a cantar y, de repente, la pasarela se convierte en el club más exclusivo y espiritual del planeta. Esto no es un desfile cualquiera, es la misa de domingo de Casablanca, y el dios al que se rinde culto es la música house.

Para su colección Primavera/Verano 2026, Charaf Tajer, la personalidad franco-marroquí detrás de la firma, se sumerge de lleno en una de sus pasiones más personales: la cultura de club. Pero no cualquier cultura de club. Hablamos de la raíz, del origen, de esos templos underground del Chicago de los 80 como el legendario The Warehouse, donde DJs como Frankie Knuckles sentaron las bases de un movimiento que era mucho más que música. El house nació como un refugio, un espacio de libertad, inclusión y comunidad para las minorías queer, negras y latinas. Un lugar donde la individualidad se celebraba en colectivo, y esa energía es precisamente el motor que impulsa cada prenda de esta colección.

Tajer actúa como un DJ de la moda, mezclando y sampleando épocas y estilos con la habilidad de su sello personal. Su famoso 'après-sport' de lujo evoluciona, fusionándose con la sastrería más relajada y la ropa de fiesta más hedonista. El resultado es una harmonía entre opuestos: lo deportivo se codea con lo formal, lo casual se eleva a lo elegante, y todo fluye. Es ropa diseñada para moverse, para vivirla en una pista de baile hasta el amanecer.

La colección nos presenta a los arquetipos de este universo nocturno, reimaginados como personajes de Casablanca. Primero, 'el Bailarín', con siluetas que combinan la fluidez y la comodidad con piezas más ajustadas al cuerpo. Los icónicos degradados de la marca vuelven a renderizarse para simular ondas sonoras, convirtiendo los conjuntos de seda en vibrantes ecualizadores gráficos. Luego está 'el DJ', el maestro de ceremonias, vestido con jacquards complejos que se inspiran en la estética de los flyers de las raves de los 90, con sonrientes 'smiley faces' y gráficos psicodélicos que nos transportan a un verano de amor infinito.

Y, por supuesto, no podía faltar 'el Propietario del Club', un personaje que destila elegancia despreocupada con trajes de corte oversize, hombros marcados y una caída pristina. Es el look del poder relajado, de quien observa la fiesta desde un rincón VIP con una copa en la mano. Incluso los estampados clásicos de Casablanca, como sus famosas orquídeas, reciben un tratamiento 'glitch', como si las viéramos a través de la pantalla de un viejo monitor, un guiño a la era analógica en la que nació todo este movimiento.

El desfile fue una experiencia inmersiva total. Poner a una leyenda viva del house como Louie Vega a cargo de la banda sonora en directo, acompañado de un coro góspel, fue una declaración de intenciones. La elección de la Catedral Americana no fue casualidad; fue una forma de elevar la pista de baile a la categoría de lugar sagrado, un templo de celebración y amor. Al final, modelos y público se mezclaron, bailando juntos, rompiendo esa barrera invisible que suele separar el show de la realidad. Casablanca construyó, aunque fuera por unos minutos, su propia 'house of love'. Y nos recordó que la moda, en su máxima expresión, no es solo lo que llevas, sino cómo te hace sentir y la comunidad de la que te permite formar parte.