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POR HAZA&ARDI

Aug 21, 2025

En el universo de la alta costura, hay momentos que simplemente te obligan a detenerte y preguntar: "¿en serio?". El último de estos momentos nos lo regala Prada, la casa milanesa que ha decidido que el baloncesto, como la moda, es una forma de arte. ¿Su obra maestra? Un balón de baloncesto de 975 dólares. Es negro, elegante, con las líneas grabadas en blanco y el icónico logo triangular de la marca presidiendo el centro. Ah, y viene con su propio arnés de nylon para que, suponemos, puedas llevarlo a todas partes como si fuera el bolso más codiciado de la temporada.


La clave de todo este asunto, y lo que lo eleva de simple accesorio a statement cultural, es la propia descripción de Prada: es un "artículo de coleccionista". Con estas tres palabras, Miuccia y Raf Simons nos están diciendo a gritos que este no es un balón para jugar. No es para botarlo en la cancha del barrio, ni para intentar un triple. Es un objeto para ser admirado, una escultura que casualmente tiene la forma de un balón de baloncesto. Es la definición pura de camp y moda fusionados en un solo objeto.



Esta jugada de Prada no es un capricho aislado, sino una reflexión profunda sobre el concepto de "ballin'". Tradicionalmente, ser un baller implicaba éxito, dinero y un estilo de vida de opulencia demostrada. Pero Prada subvierte la idea: ¿y si el verdadero lujo no es poder jugar con un balón caro, sino tener uno tan exclusivo que ni siquiera te atreves a usarlo? Es una redefinición del estatus. El nuevo "ballin'" es contemplativo, es artístico, es casi una broma interna para los que entienden el juego del lujo.


Por supuesto, Prada no es la primera en llevar el deporte al terreno del hiperlujo. En 2019, Chanel nos dejó boquiabiertos con su propia versión, un balón encadenado que rondaba los 2.400 dólares. Y cómo olvidar la colaboración entre Louis Vuitton y la NBA, orquestada por el legendario Virgil Abloh, que ofrecía un balón de unos 2.000 dólares con un enfoque un poco más funcional, aunque igualmente lujoso. Sin embargo, la propuesta de Prada se siente diferente. Es más conceptual. No intenta mejorar el rendimiento deportivo; lo ignora por completo para centrarse en su valor como fetiche de diseño.


La marca tiene un historial de transformar objetos cotidianos y deportivos en piezas de deseo. Hemos visto pelotas de tenis, balones de fútbol e incluso un set de petanca de más de 2.000 dólares con el sello de Prada. Cada uno de estos lanzamientos refuerza la idea de que cualquier faceta de la vida, por mundana que sea, puede ser elevada a través del diseño y la exclusividad.


Cortesía de Prada.
Cortesía de Prada.

Para rematar la jugada, la firma ha lanzado una línea de joyería a juego. Pendientes, collares y pulseras que miniaturizan el balón de baloncesto, convirtiéndolo en un amuleto de lujo. Lo más irónico es que el collar cuesta apenas 25 dólares menos que el balón real, una estrategia de precios que hace que el objeto de casi mil dólares parezca, en comparación, una ganga. Es un jaque mate de marketing.


Al final, este balón es más que un simple producto. Es una pieza de conversación, un manifiesto sobre la naturaleza del lujo contemporáneo, donde la utilidad es secundaria a la narrativa y el concepto. Prada no está vendiendo un balón de baloncesto. Está vendiendo una idea: la idea de que el arte y la moda pueden encontrarse en los lugares más inesperados, incluso en una cancha que nunca pisarás.

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